miércoles, 3 de julio de 2013

¿Quién es el Mayor en el Reino de Dios?

Marcos 9:33-37 (33) Y llegó a Capernaúm; y cuando estuvo en casa, les preguntó:  ¿Qué disputabais entre vosotros en el camino? (34) Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor. (35) Entonces él se sentó y llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos. (36) Y tomó a un niño, y lo puso en medio de ellos; y tomándole en sus brazos, les dijo: (37) El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió.

En la falta de claridad de los apóstoles encontramos un extraño consuelo. Si Cristo pudo usarlos en una forma remarcable aun a pesar de sus actitudes extrañas e impías en una gran variedad de asuntos, ¡entonces hay esperanza para nosotros! El texto visto anteriormente es importante porque ocurrió durante un viaje del señor Jesús. Sucedió luego de que Pedro hiciera su confesión (inspirado por Dios) sobre la identidad mesiánica de Jesús de Nazaret, y nuestro Señor reveló que más adelante sería traicionado, entregado a los escribas y al sumo sacerdote, y que sería crucificado. De alguna manera, los episodios que preceden a este incidente fueron los momentos decisivos de la revelación misma de nuestro Señor acerca de su identidad, sus intenciones y su tarea en el mundo. El Mesías de Dios sería avergonzado, torturado, humillado y crucificado, pero tres días después resucitaría. Qué asombrosa enseñanza llena de implicaciones sobre la humildad de Jesucristo y su deseo de seguir la voluntad de su Padre hasta lo más extremo. ¡Qué revelación: el ungido de Dios sería humillado con tal de redimir a los suyos!
 
Inmediatamente después de esta notable revelación, los apóstoles acompañaban a nuestro Señor a su pueblo de origen, Capernaúm. Por el camino, la conversación de los discípulos debe haber estado muy animada, tanto que intrigó a nuestro Señor y les preguntó el tema de la misma en el camino a casa. El silencio de los apóstoles debe haber sido grande, pues sabían de qué hablaban y se avergonzaron, tanto del contenido como de la manera en que platicaban. El texto es claro en el verso 34: “Mas ellos callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el mayor”. Los apóstoles apenas habían reconocido que su maestro, Jesús de Nazaret,  era de hecho el Mesías esperado desde hace mucho tiempo, y sus mentes comenzaron a pensar en el “lugar de privilegio” que disfrutaban y que disfrutarían quizás en el reino venidero. ¡Cuán inadecuado y vergonzoso! Estaban en el umbral de la enseñanza más clara del Señor acerca de su próxima humillación y muerte, y mientras tanto los apóstoles estaban hablando acerca de su propia bendición, grandeza e importancia.

En lugar de regañarlos, Jesús se sienta, llama a los doce y les enseña la esencia de la grandeza del reino: “Cualquiera que quiera ser el primero, debe de ser último y el siervo de todos”. Este principio de la grandeza a través del servicio, de llegar a ser el primero siendo el último y el siervo de todos, marca cada dimensión de la vida de nuestro Señor. Desde su nacimiento, su adolescencia y su adultez, en cada fase de su vida y ministerio, nuestro Señor demostró la verdad de este principio dinámico. En un sentido, Él llama a sus discípulos a imitar su propia vida, y a personificar en sus caracteres y prácticas la misma humildad que caracterizó su propio trato. La grandeza no consiste en comparar nuestras habilidades, importancia, recursos, logros y talentos con los de otros. La grandeza, según la definición de Cristo, está disponible a cualquiera que esté dispuesto a llegar a ser el último, a llegar a ser el siervo de todos.

Y para mostrar la imagen concreta de esta humildad, Jesús toma a un niño y lo pone en medio de los apóstoles, “y tomando a un niño en sus brazos”, lo cual da la sensación de la humildad requerida. “El que reciba en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió”Esto vincula a la humildad -que se expresa en la persona más humilde- con el mismo Rey.  Verdaderamente, nuestro Mesías no puede ser hallado o recibido de otra forma que no sea por medio de la humildad. La humildad es la única puerta para recibirle.


¿Hasta qué punto su vida y ministerio reflejan la sabiduría y revelación que Jesús les dio a sus discípulos ese día?  ¿Ha encarnado usted en su propia vida la realidad que dice que para ser el primero debe ser el último, el siervo de todos?  Esta es la revelación de Dios y es una norma para el liderazgo.  Sin humildad y modestia, sin servicio y sumisión, no puede haber liderazgo; sin madurez, no hay representación de Cristo.  Este es precisamente el por qué hay muy pocos líderes cristianos honestos.  Muchos (si no la mayoría) no desean humillarse para luego ser exaltados. 

Comprométase de nuevo a esta redefinición básica pero revolucionaria de lo que significa ser grande. “Cualquiera que quiera ser el primero, debe ser último y el siervo de todos”. ¿Quisiera ser el primero usted también?