jueves, 17 de noviembre de 2011

EVANGELIZACIÓN SIN EXCUSAS



La evangelización, como apuntan muchos, debería ser un estilo de vida, parte de nuestra forma de ser como cristianos. Muchos son los pasajes en el Nuevo testamento que nos animan a realizar la tarea evangelística y que nos hacen ver la necesidad espiritual que tiene el resto de la gente que no conoce a Cristo (Mt. 5:13-16, Lc. 5:27-32, Jn. 1:14; 3:16, 4:36-38, 13:34-35, I Co. 3:5-7, 9:19-23, I Pe. 2:9-12).


Osea, pues, que no hay excusa para no hacer la tarea evangelística. Lo que sucede es que hay cierto temor para evangelizar porque creemos que necesariamente la gente debe responder positivamente a nuestro mensaje. Pero la verdad es que son pocos los que responden positivamente. Muchos responden negativamente (no aceptan al Señor como su Salvador) porque siguen decididos en no abandonar su vida pecaminosa y porque, en algunos casos, quien les habló del evangelio no lo hizo con creatividad y claridad para que tomen una buena decisión.


Un factor que obstaculiza muy a menudo el avance del evangelio es el mal testimonio de muchos cristianos. En los últimos 20 años he tenido la oportunidad de evangelizar personalmente a gente de 10 países distintos (en Norte América, América Latina, España y África), y aunque la mayoría de la gente está abierta a escuchar la explicación acerca de su condición como pecadores, muchos son los que ponen como pretexto para no recibir al Señor el mal testimonio de los evangélicos. Eso en realidad sólo es un pretexto porque, al final de cuentas, cuando se les explica que no deben fijarse en el mal ejemplo de otros cristianos, la gente termina aceptando su situación de culpa, pero no necesariamente recibiendo al Señor como Salvador de sus vidas.


Debemos sobreponernos a las barreras que no nos permiten evangelizar a la gente. Uno de los temores de los creyentes es no evangelizar porque muchos inconversos destruyen fácilmente nuestros argumentos. Eso es una realidad, porque hay gente no cristiana que tiene un nivel cultural más alto, o un nivel de escolaridad superior, o una mejor condición económica que hacen que el creyente muchas veces quede en una posición inferior en el momento en que está presentando el mensaje del evangelio. Muchas veces no queremos evangelizar por causa de esas barreras. ¿No será esta realidad un llamado para que los evangélicos nos preparemos mejor? Si bien es cierto que Dios nos usa así como somos y con las cosas que tenemos, no deberíamos conformarnos con ello sino más bien buscar cada día más la excelencia en todas las cosas de la vida, porque a través de ello Dios podría llegar a más corazones.


No obstante, no sólo existen temores externos que sirven de barrera y que no nos permiten evangelizar, tal como lo que mencioné anteriormente. También existen temores personales con los que los mismos creyentes viven. Muchos son los cristianos que luchan con sus propios temores. Temores que no les permiten a ellos mismos buscar fielmente al Señor y mucho menos presentar el evangelio a otras personas. Por momentos, he llegado a pensar que muchos de nuestros hermanos llevan consigo problemas de auto-estima, o de inferioridad, que les limita a participar en el qué hacer de la iglesia.


Es más, muchos cristianos viven dominados por sus temores, a tal punto que terminan optando por el aislamiento. No sólo debemos buscar superar el miedo que nos provocan los no cristianos, sino también superar nuestros propios temores. No podemos abordar los problemas de los demás, si no abordamos primero los nuestros. No es que no evangelicemos mientras estemos en la lucha de quitar nuestros propios temores. Se trata de encararnos a nosotros mismos y buscar la libertad espiritual para poder evangelizar. Dios quiere usarnos pero a veces no nos dejamos usar por él.


A la luz de mi propia experiencia, quedé convencido que muchas veces he oscurecido el mensaje porque no he tenido el tacto necesario a la hora de entregarlo. Muchas veces no me identifico con la gente en sus necesidades, en sus expectativas, en sus deseos y anhelos. Y eso ha sido un error porque no pude llegar a sus corazones sino sólo irrumpí en sus vidas sin identificarme con ellos. Debemos buscar convencer a la gente con el evangelio y para ello debemos identificarnos con ellos, con todo lo que son. Además, nuestras expresiones y acciones de amor serán importantes para fortalecer nuestro evangelismo. En 1993, estuve de misionero en un pueblo de Honduras. Allí empezamos a visitar a los presos de la cárcel, pero sentíamos que no respondían a nuestros mensajes que cada semana les llevábamos. Entonces decidimos hacer algo más práctico. Les llevamos copias del Nuevo Testamento y adentro de ellas pusimos algo de dinero para ayudarles en sus necesidades. Eso les motivó mucho para recibirnos con más entusiasmo y poner atención a nuestros mensajes. En las próximas semanas, regresamos con ropa y comida para vivificar el mensaje que les compartíamos. Eso produjo muy buenos resultados. Muchos empezaron a recibir al Señor y otros, incluso, se reconciliaron e hicieron votos de arrepentimiento.


También podemos evangelizar a través de hacer amistades. Si ya tenemos amistades no cristianas, aprovechémoslas para hablarles de Cristo. Esto será un proceso, porque no todos están dispuestos a entablar charlas de tipo espiritual. Si no tenemos amistades inconversas, iniciémoslas. A mí se me ha hecho bastante fácil hacerme de amistades incoversas. Si estamos con el propósito firme de evangelizarlas y llevarlas a Cristo, no tenemos por qué adoptar su estilo de vida. Por ejemplo, podemos iniciar conversaciones en el autobús, en la fila de espera del supermercado, en el estadio de fútbol, en el tiempo con el barbero, etc. Creo firmemente que Dios nos da la capacidad para establecer relaciones en el lugar donde estemos. Tampoco se trata de convertir rápidamente a la gente, pero por lo menos que se enteren que somos cristianos y que les demos testimonio haciendo la diferencia entre las cosas buenas y las malas. Recordemos que no somos llamados a “convertir” a las personas, pues de hecho esa es obra directa de Dios, sino a testificarles abiertamente con nuestras vidas.


Comúnmente el no cristiano no está interesado en tener amistad con un creyente. Pero nosotros sí debemos interesarnos en ellos. Hay por lo menos cuatro pasos para hacer amistades: Tomar la iniciativa, establecer una relación, ser un amigo y construir una relación. Si nuestros amigos inconversos no quieren aceptar a Jesús como su Señor y Salvador no es problema nuestro, más bien es problema de ellos. Pero nosotros somos llamados a ser testigos de Cristo en medio de sus vidas.


Así como hay grupos de estudio bíblico o discipulado para los creyentes, así también puede crearse grupos de estudio bíblico para los no creyentes. Esto es un gran reto porque si es difícil reunir a inconversos para actividades sociales o de conveniencia, mucho más difícil será reunirlos para impartirles un estudio bíblico. No obstante, debemos recordar siempre que para a Dios no hay nada imposible. Obviamente el contenido del estudio debe ser de carácter evangelístico. Esto no se les debe decir a ellos cuando se les invita, porque lo más probable es que no lleguen a la reunión. El estudio bíblico debe servir para dar testimonio, quizás verbal, de lo que Cristo ha hecho en nosotros y de lo que puede hacer con el resto de las personas también. Muchos se asustan cuando asisten por primera vez a un grupo como estos, porque indebidamente se les ha creado un ambiente “muy evangélico”, casi religioso. Debemos tener sumo cuidado de crearles un ambiente natural y agradable, para que se sientan en libertad de exponer su sentir y lo que les gustaría hacer en el futuro en el grupo.


Finalmente, debo decir que nuestra sociedad está a la expectativa de nuestra conducta como pueblo evangélico. Creo que sí es posible llegar al mundo de los inconversos si, prioritariamente, nos interesamos de todo corazón en ellos y si no somos impertinentes mientras nos acercarnos a ellos. Promovamos el evangelismo personal. No es que no crea en el evangelismo masivo, pero si hacemos evangelismo personal ya hemos logrado empezar con el discipulado al cual Dios nos ha llamado. Las personas entenderán mejor el mensaje cuando les dediquemos tiempo no sólo para explicárselos, sino también para ejemplificárselos con nuestra propia vida.

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