En
la falta de claridad de los apóstoles encontramos un extraño consuelo. Si
Cristo pudo usarlos en una forma remarcable aun a pesar de sus actitudes
extrañas e impías en una gran variedad de asuntos, ¡entonces hay esperanza para
nosotros! El texto visto anteriormente es importante porque ocurrió durante un
viaje del señor Jesús. Sucedió luego de que Pedro hiciera su confesión
(inspirado por Dios) sobre la identidad mesiánica de Jesús de Nazaret, y
nuestro Señor reveló que más adelante sería traicionado, entregado a los
escribas y al sumo sacerdote, y que sería crucificado. De alguna manera, los
episodios que preceden a este incidente fueron los momentos decisivos de la
revelación misma de nuestro Señor acerca de su identidad, sus intenciones y su
tarea en el mundo. El Mesías de Dios sería avergonzado, torturado, humillado y
crucificado, pero tres días después resucitaría. Qué asombrosa enseñanza llena
de implicaciones sobre la humildad de Jesucristo y su deseo de seguir la
voluntad de su Padre hasta lo más extremo. ¡Qué revelación: el ungido de Dios
sería humillado con tal de redimir a los suyos!
Inmediatamente
después de esta notable revelación, los apóstoles acompañaban a nuestro Señor a
su pueblo de origen, Capernaúm. Por el camino, la conversación de los
discípulos debe haber estado muy animada, tanto que intrigó a nuestro Señor y
les preguntó el tema de la misma en el camino a casa. El silencio de los
apóstoles debe haber sido grande, pues sabían de qué hablaban y se
avergonzaron, tanto del contenido como de la manera en que platicaban. El texto
es claro en el verso 34: “Mas ellos
callaron; porque en el camino habían disputado entre sí, quién había de ser el
mayor”. Los apóstoles apenas habían reconocido que su maestro, Jesús de
Nazaret, era de hecho el Mesías esperado
desde hace mucho tiempo, y sus mentes comenzaron a pensar en el “lugar de
privilegio” que disfrutaban y que disfrutarían quizás en el reino venidero. ¡Cuán
inadecuado y vergonzoso! Estaban en el umbral de la enseñanza más clara del
Señor acerca de su próxima humillación y muerte, y mientras tanto los apóstoles
estaban hablando acerca de su propia bendición, grandeza e importancia.
En
lugar de regañarlos, Jesús se sienta, llama a los doce y les enseña la esencia
de la grandeza del reino: “Cualquiera que
quiera ser el primero, debe de ser último y el siervo de todos”. Este
principio de la grandeza a través del servicio, de llegar a ser el primero
siendo el último y el siervo de todos, marca cada dimensión de la vida de nuestro
Señor. Desde su nacimiento, su adolescencia y su adultez, en cada fase de su
vida y ministerio, nuestro Señor demostró la verdad de este principio dinámico.
En un sentido, Él llama a sus discípulos a imitar su propia vida, y a
personificar en sus caracteres y prácticas la misma humildad que caracterizó su
propio trato. La grandeza no consiste en comparar nuestras habilidades,
importancia, recursos, logros y talentos con los de otros. La grandeza, según
la definición de Cristo, está disponible a cualquiera que esté dispuesto a
llegar a ser el último, a llegar a ser el siervo de todos.
Y
para mostrar la imagen concreta de esta humildad, Jesús toma a un niño y lo
pone en medio de los apóstoles, “y
tomando a un niño en sus brazos”, lo cual da la sensación de la humildad
requerida. “El que reciba en mi nombre a
un niño como éste, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí
sino al que me envió”. Esto vincula a la humildad -que se expresa en la
persona más humilde- con el mismo Rey. Verdaderamente,
nuestro Mesías no puede ser hallado o recibido de otra forma que no sea por
medio de la humildad. La humildad es la única puerta para recibirle.
¿Hasta
qué punto su vida y ministerio reflejan la sabiduría y revelación que Jesús les
dio a sus discípulos ese día? ¿Ha
encarnado usted en su propia vida la realidad que dice que para ser el primero
debe ser el último, el siervo de todos? Esta
es la revelación de Dios y es una norma para el liderazgo. Sin humildad y modestia, sin servicio y
sumisión, no puede haber liderazgo; sin madurez, no hay representación de
Cristo. Este es precisamente el por qué
hay muy pocos líderes cristianos honestos.
Muchos (si no la mayoría) no desean humillarse para luego ser
exaltados.
Comprométase de nuevo a esta redefinición básica pero revolucionaria de
lo que significa ser grande. “Cualquiera
que quiera ser el primero, debe ser último y el siervo de todos”. ¿Quisiera
ser el primero usted también?
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